El camino a casa fue como ir flotando o drogado, tenía una sobredosis de pena.
-Nicky.-musitaba entre dientes, mientras las lagrimas me corrían por las mejillas. Miguel le había puesto ese sobrenombre, algo que es costumbre habitual en el. Una vez que estábamos grabando, Mateo estaba en la cámara dos y yo hacia sonido o tape, no recuerdo bien. Miguel estaba dirigiendo y bromeando por el telecomunicador de los camarógrafos, le hacia chistes a Mateo. Le empezó a decir “Che, Nicky chiquitín esto, o Nicky, lo otro.” Era gracioso que, los más pibes del estudio le decíamos “chiquitín” al de más edad. Lo de Nicky, por si alguien no lo noto antes, es por el apellido de Mateo, que es Nicogossián.
Mientras caminaba por Corrientes, miles de recuerdos me asaltaron. Mauricio diciendo: “Dale Mateo, hace foco, por Dios” Y una lágrima se me sumaba, como ahora mientras escribo. Mateo riéndose por una broma, mas lagrimas salen.
-Dale, nene, cortala con la computadora, que quiero cerrar.-me gritaba bromeando.-Como se nota que no tenés mujer que te espera.-
-No, tengo “mujeres” que me esperan.-le respondía yo, siguiendo la broma. Y otro espasmo sollozante me sacudía. La vez que Toro grabo y remixó a Mateo cantando una puteada en armenio y lo mezclo con una canción de Bob Marley. Cuando hablábamos de mujeres, en la típica junta de compañeros de laburo. Cuando me decía jodiendo: -A mi no me gustan esas boludeces, Matriz, el señor de los anillos, todas boludeces de enfermitos. A mi dame el casino, el bingo.” Cuando lo gastábamos que iba al “templo” como le decíamos al bingo. Y la casa de quiniela era la “capilla”. Cuando discutían con Brigitte, la maquilladora, como si fueran matrimonio. Y yo les decía: Che, peleas conyugales, en casa, eh!?
Tantos recuerdos, lo conocía desde el 99, éramos compañeros desde el 2002. Las veces que habíamos jugado a las cartas. Cuando me gritaba: “Eh, júnior!” Y yo lo puteaba, como quisimos a ese viejo jodón.
Cada tres cuadras que venia llorando, me calmaba y recomponía, pero a las dos cuadras un nuevo recuerdo me golpeaba y volvía a romperme en lagrimas. Asi fue todo el camino, como a la altura de Ángel gallardo me sonó el celular, era Sebastián Toro. Había recibido mi mensaje al bajar del coche de el, que yo le había dejado en su celular. Coordinamos para el día siguiente, para que el hiciera la bajada y luego iríamos al velatorio.
-Loco, que mal, no te puedo creer.-me decía el con incredulidad.
-Si, mañana vamos a la casa de velatorio, vos vení al estudio a las 9 que yo voy a estar.-le dije, tratando de no largarme a llorar otra vez.
Cuando corte con Toro y seguí andando, llorando de nuevo, me invadía la incredulidad.
Ay, Mateo! Como pudiste irte? Si la operación era una pavada y era seguro que volvías pronto. Como había sucedido esto?
Otra de las etapas del dolor, del camino de las lágrimas, es la incredulidad. Cuando estuve cerca de casa, no pude irme a dormir, aunque antes estaba muerto de cansancio, el dolor no me dejaba descansar. Entré en el cyber del chino José y publique un obituario en honor a mi amigo.
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