Cuando corté con Germán la comunicación de celular a celular, quedamos en encontrarnos en el sanatorio Güemes.
-Ahora estoy en la autopista, voy camino al sanatorio.-me había dicho Germán.
-Listo, yo ya voy para allá.-le respondí y corté.
Luego fue cuando me derramé sobre la mesada. Al salir, caminé como un autómata y no recuerdo que colectivo tomé, creo que fue el 24, si fue para una esquina o para la otra. La cuestión es que media hora después de cortar con Germán, llegué al sanatorio Güemes. Iba a ingresar por la entrada lateral, pero al pasar por la esquina, vi a Germán en el bar de la esquina con los hijos de Mateo. Carla y Pablo, cada uno con su pareja, Germán estaba con su mujer, Soledad.
Cuando me senté luego de saludar a todos, me enteré que esperaban la respuesta de la cocheria. Casi cometó la estupidez de saludar con un “como estas?” el saludo inconciente que más me sale, por suerte me detuve a tiempo. Pedí un cortado, que apenas pude tragar. Trataba de mostrarme no tan apenado, serio; pero tranquilo. Germán se removía nervioso en su asiento, a mi derecha.
-No sé que decir.-le decía a Soledad por lo bajo.
-Nada, no hay nada que decir.-le respondía ella.
Entiendo las motivaciones de Germán, uno ve el dolor propio en los otros, ese dolor compartido. Si para nosotros era fuerte, como seria para los hijos! Una premisa que he mantenido con respecto a estos casos, también por vivirlo en carne propia. Nada de lo que nadie diga, puede consolarte. Nada de lo que te digan, te sacara el dolor. Quizás apenas pueda apaciguarlo. En esa situación , no existen las palabras sabias, o justas, o precisas. En esas situaciones, uno solo puede estar allí, poner el hombro, como diciendo “aquí estoy, para lo que necesites”. En situaciones como esa todo se reduce a lo básico. Y más adelante, muchas cosas me llevarían a reducir todo a lo básico. Con Germán, repasamos que haríamos. Ya se había suspendido la grabación del día siguiente, había que avisarle a los otros que venían a grabar, había que decirle a Brigitte, y Sebastián Toro que tenia que hacer la bajada de todos los viernes. “Bueno, Toro es un amigo, por él si abro el estudio”, me decía Germán. Lo llamé desde mi celular, como no estaba dejé un mensaje. Germán habló con Miguel y me contaba que era tal la incredulidad de Miguel que pensó que era una broma de mal gusto de Germán. Pero no era así, lamentablemente no lo era. Entre todo ese cruce de llamadas por celular, me llamó Mauricio, con lo que salí afuera.
-Hola Mauri, que hacés?-fue mi pregunta, que luego se me antojó fuera de lugar, culpa de decir el saludo por costumbre.
-Para la mierda, estoy para la mierda.-me respondió del otro lado.
Y lo entiendo, se que fue así y peor. En los años que lo conozco, jamás le escuché el tono de voz tan cansado que tenía esa noche. Y eso que lo escucho hasta con gripe por teléfono. Ana María, la amiga de Mauricio me lo pasó en el teléfono. Según ella me dijo estaba saliendo del baño, no se sentía bien. Como luego me enteré, Mauricio se descompuso al saber la noticia. Si a alguien le pegó más duro lo de Mateo, además de los hijos, es a Mauricio. Fueron compañeros por casi quince años.
Cuando volví adentro del bar, todavía no sabían nada de la cochería. Carla era un manojo de nervios, cada cinco minutos le insistía al hermano que llamara de nuevo. Germán abría y cerraba nervioso su celular, hablando con Soledad o conmigo, de forma alternada. Si que era una situación muy incomoda, siempre lo son. Y yo solo podía poner cara de circunstancia, mantenerme frío y soportar el dolor interno. Como una hora después, que se hizo eterna, se decidió el lugar del velatorio. Germán le dio algo de plata a Pablo, para los gastos del velorio. Como me dijo después, era lo único que podía hacer para ayudar, o que se le ocurría para dar una mano. Ciertamente, la impotencia de ese momento es terrible. Acordamos encontrarnos al día siguiente a la mañana, en el estudio a las 9.30. Nos fuimos en el auto de Germán, comentando lo sucedido, con el dolor presente. Germán se sentía como que le iba a dar algo , se agarró el pecho en un momento que pensé cualquier tragedia.
-Estás bien?-pregunté.
-Si, solo que…-no sabía como explicarlo
Lo único que nos faltaba, que al conductor le diera algo.
-Tranquilizate Sherman.-le decía Soledad.
Seguimos en el auto, tenía la intención de llevarme a casa.
-Nooo, dejá.-le respondí yo.-Por acá tenés el acceso a la autopista.-
El tenía un largo viaje hasta su casa, y ya era como más de la una de la madrugada.
-No hay drama, yo te llevo hasta tu casa. En serio, no hay drama.-me decía él, mientras conducía.
-No, dejame acá en Corrientes, de ahí camino.-insistí yo, aprovechando que llegábamos a esa avenida.
-Pero, estás cerca de tu casa-me preguntó, mientras se detenía a un costado.
-Si, si.-mentí yo, estábamos en Corrientes y Bulnes.
Cualquier persona que me conoce un poco sabe que vivo a más de 30 cuadras. Pero no tenia ganas de hacerlo recorrer media ciudad, en un día como ese. Mentí para que Germán pudiera irse a dormir, yo ya sabia en ese momento, que el día siguiente traería lo peor. Además, una angustia profunda me ahogaba. Bajé del auto y mientras lo veía irse por Bulnes hacia la autopista 25 de Mayo, me encaminé por Corrientes hacia casa.
Las treintas cuadras que me separaban de casas no las sentí. Llore las ¾ partes del trayecto. Algo se rompía dentro y algo funesto iniciaba.
No comments:
Post a Comment