No todo fueron risas. Algunas cosas dieron bronca en ese lugar. Había un enfermero que era muy copado, Cesar. Hacía chistes, te intentaba levantar siempre el animo, pero no todos eran asi. A la que llamabamos Chuky, por ejemplo, no era lo que llamariamos "señorita sonrisas". Siempre andaba con cara de velorio. Pedirle algo era chocar con la pared burocratica de su pensamiento. En una de mis escapadas al buffet durante su turno, vino a querer interrogarme. La saqué carpiendo, controlandome en el último segundo de no insultarla.
-Por qué saliste?-me decía ella.-No pueden salir.-
-Porque se me cantó.-le respondí casi gritando.
Se fue toda ofuscada y luego hablamos más tranquilos. Me disculpé por mi mala contestación, ella estaba haciendo su trabajo después de todo. Le expliqué lo mencionado antes. El estar encerrado me ponía los pelos de punta.
-Bueno, pero también entendé nuestra posición, si te pasa algo a nosotros nos levantan en peso.-
Alegué que no iba a pasarme nada, excusa harto débil. Aunque por otro lado, dudaba que algo peor me pudiera pasar. Es por eso que no me dedico a la futurología. Tiempo después, volví a cruzarla en el pabellón romano del hospital, en el departamento de psicología, donde fuí luego de las dos internaciones. Pero eso es mucho más adelante, otra historia.
Había otro enfermero, a quien le tenía-tengo jurada una paliza. Más botón que el peor policia, con perdón de Guillermo. Era bien mala onda. Era directamente, un pésimo enfermero, porque podés ser medio ortiva y hacer bien tu trabajo. Pero ni eso. Una vez, cuando todos dormían, pero yo no podía del dolor, salí a pedir ayuda. Estaba doblandome en dos. Este rubio idiota, salía justo de otra habitación, me miró como se mira a un mueble y comentó:
-Y este?-
Fue en vano pedirle ayuda. Decir que también había otra enfermera que al rato vino con una pastilla para calmar el dolor. Pero desde entonces lo tuve entre ceja y ceja al rubio ese.
-Decí que estoy imposibilitado, si no te metía tal cantidad de piñas que te llamarían para siempre "cara de ananá".-le juré.
Una de esas noches, una de las malas, desperté de una pesadilla. Por aquellos dias, en el ciber de casa, jugaba al warcraft 3. El final de una de las campañas era un enfrentamiento con demonio del caos de esa historia. Era una especie de centauro bestial gigante y panzón llamado Mannoroth. El sueño, no es extraño, fue una pelea entre ese demonio y yo. Un escenario muy parecido a la de esa animación del juego. Me veía aplastado por la panza de ese gigante, desperté dolorido. El dolor era real. No fue la última vez que me pasó algo similar. El tubo me molestaba, no sabía en que posición ponerme. Me tiraba la cinta adhesiva, estaba descorrida. Todo estaba oscuro, ya habían apagado las luces para dormir. Justo esa noche, habían dejado el carrito con las cintas y vendas en nuestra habitación. Fuí hasta cerca de la ventana donde estaba y hice lo que llamariamos una intervención al mejor estilo "Rambo". Como cuando se cose el mismo. Pero yo me tenía que arrancar la cinta, sin hacer lo mismo con el tubo, y ponerme otra. Dolía como mil agujas clavandose, el tirón de la cinta, el traqueteo del tubo. Pongamos en claro que el tubo del drenaje es un cuerpo extraño en el interior del cuerpo, es normal y lógico que duela. Luego de esa intervención de vendaje amateur por mi parte, pude dormir. Comprendí que las vendas se corrían con el roce y mis movimientos, por lo cual tenía que reacomodarlas o cambiarlas para evitar el dolor posterior.
Igualmente, la gente de mierda no solo era planta permanente del hospital. Algunas visitas o pacientes eran claramente descartables. En esta primera internación, un hombre que estaba en la cama frente a mi luego de irse otro chico, era asiduamente visitado por la hermana. El iba a ser intervenido por cálculos en la vesícula. La hermana era más nazi que Goebbels. Ciertos comentarios que dejaba caer lo hacian patente. Pero hay uno que se lleva el premio.
-Ahora, con todos estos "putos" (casi escupe la palabra) que están por todos lados. Habría que matarlos a todos.-dijo un día en la habitación.
Con Leandro nos miramos sin poder creer tanto fascismo junto. Tenía una mentalidad de la época de mi bisabuela. Desde entonces, entre los dos la gastabamos discretamente. Hacíamos como que nos dolía la axila, para levantar el brazo derecho, imitando el saludo nazi. "Apuntabamos a un lejano horizonte".
No por nada, le puse al relato "El lado oscuro", todo lo relatado aquí lo siento como un viaje por el lado más sordido y negativo de la humanidad.
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